Desde hace unos diez años, la Colonia Castells, de
Barcelona, se debate entre la desesperanza y la inquietud que provoca un
proyecto de reurbanización del ayuntamiento que pretende reducir a escombros
este peculiar paraje. Las causas, disfrazadas para el caso con intereses
sociales, son las mismas de siempre: la especulación y el pelotazo inmobiliario
indiscriminado.
La Colonia Castells se encuentra situada en el centro de
la ciudad condal, entre las calles Montnegre, Entença, Taquígraf Serra y
Equador, y es, seguramente, uno de los últimos barrios de casitas bajas que
sobreviven en Barcelona. Fue promovida por el empresario barcelonés Manuel
Castells, entre los años 1923 a 1928 y constaba de 120 viviendas, de las
denominadas “casas baratas”, destinadas a los inmigrantes que llegaban a la
ciudad en busca de trabajo. Eran construcciones pequeñas, generalmente de una
sola planta, organizadas en tres pasajes longitudinales y otro más pequeño
transversal, en un terreno de poco más de una hectárea.
Como un remanso de paz en la siempre ajetreada Barcelona,
la Colonia Castells ha perdurado hasta nuestros días, ofreciendo a vecinos y
visitantes una forma de vida tan peculiar como distante en el tiempo:
contemplar sus casas, tan dispares como los inquilinos que las habitan, nos hace
retroceder en el tiempo hasta recuerdos que permanecían casi olvidados. En este
singular lugar la calle forma parte de la vivienda. Los coches, motos y
bicicletas, comparten sitio con las mesas y sillas que acomodarán la tertulia,
mientras los niños corretean entre flores y plantas, observados por un perro
perezoso y un gato esquivo.
El pasado mes de julio 32 familias de la Colonia
recibieron, agradecidas, las llaves de las nuevas Viviendas de Protección
Oficial (VPO) asignadas. Son viviendas más amplias, con calefacción, muy
cercanas a las casas, ahora tapiadas, donde habían residido. Otras 14 familias
lo harán en los próximos meses, si pueden acceder al préstamo hipotecario
necesario. Aunque la Asociación de Afectados de la Colonia Castells
se opuso, en un primer momento, al desalojo y posterior derribo de las
viviendas, en el año 2007 firmó un protocolo de colaboración con el alcalde,
señor Jordi Hereu, con el fin de garantizar a los vecinos desalojados el acceso
a una vivienda digna. No obstante, un reducido grupo de propietarios e
inquilinos contrarios a la reubicación, mantienen la lucha por sus derechos a
través de la plataforma “Salvem la Colònia Castells”.
El plan inicial, con una indemnización prevista de unos
30 millones de euros, ha sufrido numerosos retrasos, como consecuencia de los
recursos planteados y la profunda crisis en que está sumido el denominado
“sector del ladrillo”. Cuando aún quedan pendientes de realojo unas 150
familias, el proyecto ya no se considera tan viable y se baraja el año 2015
como posible fecha de finalización. La suerte parece estar estar echada, pero
se demora demasiado…
Las soluciones administrativas parecen contentar a muy
pocos: las indemnizaciones por la expropiación tan sólo alcanzan entre el 20 y
el 40% del valor de la nueva hipoteca y además existe el problema añadido de
las familias en régimen de alquiler, que no tienen derecho a compensación.
Mientras tanto, la Colonia Castells, condenada al olvido,
languidece por la falta de inversión social y humana necesárias.
Una pregunta planea por mi mente, sin respuesta: ¿por qué
no se rehabilitó la zona destinándola a las nuevas demandas habitacionales? Las
viviendas, aunque pequeñas, podrían alojar cómodamente a jóvenes, solteros, viudos,
separados o parejas sin hijos. De hecho, el gobierno socialista planteó
recientemente la construcción de VPO de 30 M2, como solución al alto precio de
la vivienda.
De este modo, tanto nosotros como las próximas
generaciones podríamos continuar disfrutando de esta humilde mancha de color y
humanidad, en medio de la fría homogeneidad de Barcelona.
Tal vez sea su sino, o tal vez sea aún posible salvar
este barrio peculiar, pero un enemigo implacable lo amenaza: No es la
especulación, es nuestra indiferencia ante la injustícia.
Mientras tanto, la Colonia Castells continúa debatiéndose
entre la desesperanza y la inquietud que provoca la incertidumbre de su futuro.
Un futuro, por otra parte, nada prometedor.
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