El Prat de Llobregat fue conocido, durante siglos, como “el pueblo de las fiebres”; nombre genérico que comprendía enfermedades tales como el paludismo, la disentería, el tifus y las hepatitis; provocadas por los mosquitos y el agua no potable. La falta de condiciones higiénicas en el delta del Llobregat, hasta hace muy poco, causó verdaderos estragos a nuestros antepasados, indefensos a merced de un medio hostil e inclemente. Estas son pequeñas historias de aquella gente, marcada por la insalubridad, la pobreza, la incultura, la violencia, el trabajo y el sudor pegado al cuerpo, pero sobre todo, por un amor desmedido hacia esta tierra.

domingo, 10 de febrero de 2013

Accidente ferroviario en Hospitalet de Llobregat



Imagen publicada en el diario La Vanguardia, el día 10-01-1961. Fotografía realizada por Pérez de Rozas

El Lunes 9 de enero de 1961, a las siete y veinticinco minutos de la mañana, tuvo lugar en la bifurcación de agujas de Casa Antúnez, de Hospitalet de Llobregat, un trágico choque frontal entre un tren de mercancías que provenía de la estación de Sants y un tren expreso procedente de Valencia, con destino a Barcelona. El brutal impacto provocó que la locomotora eléctrica de mercancías volcara hacia el margen derecho, mientras que parte del convoy de pasajeros quedó convertido en un amasijo de hierros y madera, con un balance total de 25 muertos y una cincuentena de heridos.
En el expreso viajaba la expedición del R.C.D. Español, que regresaba de jugar en Mestalla un partido correspondiente al Campeonato Nacional de Liga. Hoy hace 50 años de aquel fatídico accidente.
EL ACCIDENTE
En el tren de mercancías, que circulaba a unos 30 km/h, viajaban Fernando Benavente Molero, como maquinista, y Antonio Ávila Lloret, como ayudante; mientras que en el Expreso 704 de Valencia viajaban un total de 360 personas, repartidas entre la locomotora eléctrica, un furgón de equipajes, el calderín y 6 coches de pasajeros distribuidos del siguiente modo: vagón metálico de 1ª (nº 6138), vagón metálico mixto de butacas para segunda clase (nº 1030), vagón de madera para pasajeros de 2ª clase (nº 2366), dos vagones metálicos de 3ª clase, y un coche cama, también metálico. El accidente tuvo lugar en el kilómetro 672,900 de la línea férrea, cerca de la autovía de Castelldefels y próximo a la ermita de Bellvitge, en el término municipal de Hospitalet de Llobregat.
Parece ser que el suceso obedeció a un error humano provocado por el maquinista del expreso de Valencia, Fernando Ruíz Noriego, que no advirtió las dos señales luminosas amarillas de precaución que, de forma escalonada, obligaban a reducir la marcha. El tren continuó circulando a velocidad de ruta, unos 80 km/h, hasta advertir la señal roja de peligro que obligaba al paro absoluto. Cuando finalmente se activaron los frenos, ya no había tiempo surficiente para evitar la colisión contra el mercancías. De resultas del brutal impacto, resultaron muertos Fernando Benavente Molero y Nicolás Fernández Fernández –ayudante del expreso-, mientras que Antonio Ávila Lloret y Fernando Ruíz Noriego resultaban gravemente heridos. El hecho de que entre los vagones de pasajeros se alternaran unidades metálicas con otra de madera contribuyó, según parece, a incrementar el número de víctimas. El vagón mixto, de estructura metálica, penetró en el de madera que le seguía, llegando hasta la altura de la novena ventanilla, sembrándolo de cadáveres. También entre los pasajeros de la unidad metálica resultaron heridas varias personas a consecuencia de las numerosas astillas que entraron. En cuanto al resto de los vagones, la primera unidad registró también varios afectados, mientras que en las restantes, el parecer, sólo hubo magulladuras y contusiones leves.
Ernesto Pons, entrenador del R.C.D. Español, que viajaba en el coche cama junto al resto de la expedición, relataba así el suceso: “de repente hemos notado una sacudida muy fuerte, seguida de frenazo, lo que se ha repetido dos o tres veces, hasta que el convoy se ha detenido en unos seis metros. Como consecuencia de semejante parón, hemos caído todos al suelo, unos encima de otros, pero nos hemos levantado en seguida, sin darle importancia, teniendo la impresión de que alguien había pulsado el timbre de alarma y el tren se había detenido, de una forma incluso exagerada. Hemos abierto una ventanilla y no hemos visto absolutamente nada anormal ni extraordinario, pero a mí mismo se me ha ocurrido bajar y he quedado impresionado al comprobar la colisión con un mercancías y el tremendo estropicio. Nuestros tres primeros vagones y la máquina estaban materialmente empotrados en los del tren oponente… Unos vagones estaban encima de otros hechos astillas y aquello era un montón de hierro torcido, madera, sangre y agudos lamentos…” (1).
LAS LABORES DE RESCATE
Entre las víctimas del accidente, casi todas ellas ubicadas en el vagón de madera, se encontraban 9 estudiantes y un profesor que viajaban a Barcelona tras finalizar su periodo de vacaciones navideñas; los hermanos Gonzalo Villalba Aguilar y Miguel Villalba Aguilar, de 7 y 5 años respectivamente, y sus padres, Miguel Villalba Palomar y Amparo Aguilar, que murieron durante el traslado al hospital. También perecieron a consecuencia del impacto José María Pallejá Sangenis, jefe del tren de mercancías, José Luís Maroto Echevarría, ferroviario, y José Gutiérrez Giménez, encargado del calderín del expreso. Pero el daño podía haber sido mayor, ya que el incidente provocó la caída de los cables eléctricos que, por suerte, no causaron ningún perjuicio entre los pasajeros supervivientes.
Al lugar del siniestro acudieron de forma inmediata los servicios de emergencias: bomberos de Barcelona, Cruz Roja, Policía Armada, Guardia Civil, así como diferentes autoridades de Hospitalet y Barcelona. Las labores de rescate duraron cerca de 10 horas, aunque los primeros auxilios y ayudas a los heridos vinieron de manos de los propios pasajeros del tren, de numerosos vecinos de Hopitalet que se acercaron al lugar del siniestro e incluso de varios obreros de la fábrica “La Seda de Barcelona”, en el Prat de Llobregat, que se trasladaron al lugar con sopletes, para ayudar a los bomberos en las acciones de rescate.
El masajista del R.C.D. Español, señor Fernández, que acompañaba a la expedición, improvisó un botiquín de urgencia para ayudar, junto al jugador Torres, a numerosos heridos. En cuanto a la expedición blanquiazul, Ernesto Pons añadía: “Por nuestra parte, todo se ha reducido a pequeños golpes y al consiguiente susto al bajar del tren y darnos cuenta de la dramática envergadura que tenía choque tan fenomenal. Todos, con el masajista Jaime Fernández, hemos colaborado en el rescate de las víctimas y para atender o prestar los primeros auxilios a los heridos”. (1)
El martes, 10 de enero de 1961, se celebraron las honras fúnebres por las víctimas en el cementerio de Hospitalet de Llobregat y posteriormente se procedió a su traslado a los diferentes lugares de sepelio. Ese mismo día quedaron suspendidas las clases en las distintas Facultades Universitarias en señal de duelo por los nueve estudiantes fallecidos.
LOS SUPERVIVIENTES
Entre las múltiples historias de los supervivientes de este accidente, encontramos las del matrimonio de Alicante compuesto por Carlos Torra y su esposa, que cancelaron su viaje y vendieron sus billetes poco antes de salir el tren; la del estudiante Vicente Serradell, que escapó de la muerte al salir disparado por la ventanilla; la de los estudiantes Juan Palomares, Salvador Vendrell, Vicente Meseguer, Manuel Cortés, Salvador Verdaguer y Vicente Domínguez, que realizaron el viaje en el vagón de 3ª clase porque no quedaban billetes de segunda; o el de Vicente Ballestero, de 28 años, que viajaba en el módulo de madera, de camino a Inglaterra, donde esperaba contraer matrimonio con su prometida Amparo Hernández. Al oir el estruendo, Vicente se echó rápidamente al suelo, donde quedó aprisionado por una barra de hierro. Tras ser rescatado, con heridas leves, intervino también en las labores de rescate y auxilio de los heridos.
A pesar del elevado número de víctimas y heridos, la magnitud de la colisión pudo haber sido de mayor magnitud, teniendo en cuenta que el número de pasajeros que viajaban en el expreso de Valencia ascendía a unas 360 personas.


La mañana del 9 de enero de 1961, la sociedad catalana despertó consternada por el trágico accidente ferroviario sucedido en Hospitalet de Llobregat. El elevado número de víctimas, unido al hecho de que muchas de ellas eran jóvenes estudiantes que regresaban a Barcelona después de las vacaciones de navidad, hizo que la opinión pública acogiese la trágica noticia con sincera emoción. En palabras de José María de Sagarra (2): “la muerte en el tiempo de un suspiro y en un espacio limitado” se había acercado a nuestros hogares y se había instalado en la conciencia colectiva de los ciudadanos de Barcelona y de toda España. “Es evidente que la desgracia podía haberse evitado, pero también es una verdad que en esta clase de sucesos concurren determinados fatalismos, y que su producción es siempre rara y excepcional. (…) en tales casos nos inclinamos ante la fatalidad y la desgracia”. (2)
Muchas vidas de jóvenes y mayores quedaron sesgadas esa mañana de enero a consecuencia del fatal accidente. Muchas más lloraron su pérdida y tuvieron que aprender a vivir sin sus seres queridos. La fatalidad parece encontrar siempre un hueco para instalarse en nuestros hechos cotidianos, en nuestros corazones. Es hora de entonar una nueva oración por las víctimas y de agradecer a todos aquellos hombres y mujeres que ayudaron con su esfuerzo, de forma desinteresada, a que la tragedia no fuese mayor.





NOTAS:
1.- Declaraciones del entrenador don Ernesto Pons. La Vanguardia, 10-01-1961. Pág.5
2.- El volante macabro. Un tema de gran actualidad. José María de Sagarra. La Vanguardia. Domingo, 15 de enero de 1961. Pág. 11.




REFERENCIAS:
- La Vanguardia. Martes, 10 de enero de 1961.
- La Vanguardia. Miércoles, 11 de enero de 1961.
El volante macabro. José María de Segarra. La Vanguardia, domingo, 15 de enero de 1961.

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