El Prat de Llobregat fue conocido, durante siglos, como “el pueblo de las fiebres”; nombre genérico que comprendía enfermedades tales como el paludismo, la disentería, el tifus y las hepatitis; provocadas por los mosquitos y el agua no potable. La falta de condiciones higiénicas en el delta del Llobregat, hasta hace muy poco, causó verdaderos estragos a nuestros antepasados, indefensos a merced de un medio hostil e inclemente. Estas son pequeñas historias de aquella gente, marcada por la insalubridad, la pobreza, la incultura, la violencia, el trabajo y el sudor pegado al cuerpo, pero sobre todo, por un amor desmedido hacia esta tierra.

domingo, 10 de febrero de 2013

La leyenda del aviador perdido. (Parte 1)



Hace unos años, mientras paseaba por el delta del Llobregat, descubrí un monolito de piedra blanca con una cruz encastrada que se alzaba en un prado cercano al desaparecido cámping Cala-Gogó, del Prat de Llobregat. Intrigado por su significado, pregunté a amigos y conocidos hasta que alguien me narró la increíble historia de un aviador y su avión, desaparecidos en aquel lugar. Lo cierto es que yo no di mucha verosimilitud a aquella extraña leyenda, más propia de la ficción, que de la realidad. No podía entender cómo un avión podía desvanecerse, sin dejar rastro, en un pradera donde ahora pasturaban las ovejas. Años después, encontré la respuesta a dicho enigma que, para mi perplejidad, era tan real como inconcebible. Esta es la historia que he podido reunir a través de una modesta investigación:
  
EL ACCIDENTE
La mañana del 7 de diciembre de 1940, el teniente provisional del Ejército del Aire Eduardo Laucirica Charlén realizaba, junto a sus compañeros de la escuadrilla Lara Laran, unos ejercicios acrobáticos en el Aeródromo del Prat de Llobregat. Entre los asistentes a la exhibición se encontraban personalidades públicas y militares, aficionados y curiosos de toda índole. Pero Eduardo, aquella fría mañana de invierno, sólo tenía ojos para una en concreto: su prometida, que asistía también al evento, entre inquieta y expectante.
Josep Maria Royo, piloto jubilado, que entonces contaba con 16 años de edad, había asistido también al aeródromo junto a un grupo de amigos. Eduardo Laucirica, a bordo de un Messerschmitt BF-109, realizaba complicadas figuras acrobáticas, para admiración de los presentes: “loopings”, barrenas, etc. “Eran figuras que se empleaban en los ejercicios militares para simular que te habían tocado y poder escapar del enemigo” – aclara Josep Maria Royo -. El piloto estuvo unos diez o doce minutos en el aire, giró sobre el ala y después cayó en picado, desde unos 800 o 1000 metros de altura. “Pensábamos que iba a hacer otra acrobacia – narra Josep Maria -, pero cayó de manera totalmente vertical. Recuerdo el ruído del motor a toda potencia bajando en picado. ¡ Rrrumrrr !!. Creímos que iba a maniobrar, pero se hundió en el fango ".
El impacto fué brutal. El avión cayó sobre una zona pantanosa del delta del Llobregat, a unos 2000 metros del aeródromo, provocando un surtidor de barro y agua que alcanzó los 10 o 12 metros de altura. En un primer momento, la cola del Messerschmitt quedó fuera, ante la atónita mirada de los presentes, pero, poco a poco, se fué hundiendo hasta desaparecer del todo, sin dejar rastro alguno del piloto o la aeronave.


COMIENZA LA LEYENDA
PRIMERA BÚSQUEDAUna de las personas que intervino en aquel intento de rescate fué el sargento Francisco Martínez, que relató así lo sucedido: “ Nos llamaron diciéndonos que había caído un avión. Al principio, no sabíamos quién era. Vinieron bomberos del Prat y de Barcelona. Se intentó sacar el aparato con palas, pero no fue posible (...). Aquella zona era impracticable y no había manera de encontrarlo ”. Inmediatamente después del trágico suceso fueron avisadas las autoridades del Ejército del Aire, que se personaron en el lugar, en un vano intento por recuperar el aparato y el cuerpo del piloto accidentados.  Durante siete interminables días, los servicios de emergencias trabajaron incansables en busca de los restos sumergidos, pero los medios de que disponían no eran apropiados y las condiciones de trabajo se hacían insoportables. Tan sólo pudieron encontrar una falange del dedo del aviador y un trozo de ala. Finálmente, después de innumerables penalidades, se abandonó la lucha y se dió por enterrado al joven piloto. Eduardo Laucirica y su Messerschmitt BF-109 habían desaparecido sin dejar el menor rastro. Era como si la tierra misma se los hubiera tragado...

Ante la imposibilidad del rescate, la família decidió comprar una parcela de tierra en el lugar del siniestro y años después erigió en ella un sencillo monolito de piedra blanca, con una cruz latina encastrada.

Nunca se han aclarado las causas de aquel desdichado incidente.

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