Hace unos años, mientras paseaba por el delta del
Llobregat, descubrí un monolito de piedra blanca con una cruz encastrada que
se alzaba en un prado cercano al desaparecido cámping Cala-Gogó, del Prat de
Llobregat. Intrigado por su significado, pregunté a amigos y
conocidos hasta que alguien me narró la increíble historia de un aviador y su
avión, desaparecidos en aquel lugar. Lo cierto es que yo no di mucha verosimilitud a aquella
extraña leyenda, más propia de la ficción, que de la realidad. No podía
entender cómo un avión podía desvanecerse, sin dejar rastro, en un pradera
donde ahora pasturaban las ovejas. Años después, encontré la respuesta a dicho enigma que,
para mi perplejidad, era tan real como inconcebible. Esta es la historia que he podido reunir a través de una
modesta investigación:
EL ACCIDENTE
La mañana del 7 de diciembre de 1940, el teniente
provisional del Ejército del Aire Eduardo Laucirica Charlén realizaba, junto a
sus compañeros de la escuadrilla Lara Laran, unos ejercicios acrobáticos
en el Aeródromo del Prat de Llobregat. Entre los asistentes a la exhibición se encontraban
personalidades públicas y militares, aficionados y curiosos de toda índole.
Pero Eduardo, aquella fría mañana de invierno, sólo tenía ojos para una en
concreto: su prometida, que asistía también al evento, entre inquieta y
expectante.
Josep Maria Royo, piloto jubilado, que entonces contaba
con 16 años de edad, había asistido también al aeródromo junto a un grupo de
amigos. Eduardo Laucirica, a bordo de un Messerschmitt BF-109,
realizaba complicadas figuras acrobáticas, para admiración de los presentes:
“loopings”, barrenas, etc. “Eran figuras que se empleaban en los ejercicios
militares para simular que te habían tocado y poder escapar del enemigo” –
aclara Josep Maria Royo -. El piloto estuvo unos diez o doce minutos en el aire,
giró sobre el ala y después cayó en picado, desde unos 800 o 1000 metros de
altura. “Pensábamos que iba a hacer otra acrobacia – narra Josep Maria -, pero
cayó de manera totalmente vertical. Recuerdo el ruído del motor a toda potencia
bajando en picado. ¡ Rrrumrrr !!. Creímos que iba a maniobrar, pero se hundió
en el fango ".
El impacto fué brutal. El avión cayó sobre una zona
pantanosa del delta del Llobregat, a unos 2000 metros del aeródromo, provocando
un surtidor de barro y agua que alcanzó los 10 o 12 metros de altura. En un primer momento, la cola del Messerschmitt quedó
fuera, ante la atónita mirada de los presentes, pero, poco a poco, se fué
hundiendo hasta desaparecer del todo, sin dejar rastro alguno del piloto o la
aeronave.
COMIENZA LA LEYENDA
PRIMERA BÚSQUEDAUna de las personas que intervino en aquel intento de
rescate fué el sargento Francisco Martínez, que relató así lo sucedido: “ Nos
llamaron diciéndonos que había caído un avión. Al principio, no sabíamos quién
era. Vinieron bomberos del Prat y de Barcelona. Se intentó sacar el aparato con
palas, pero no fue posible (...). Aquella zona era impracticable y no había
manera de encontrarlo ”. Inmediatamente después del trágico suceso fueron avisadas
las autoridades del Ejército del Aire, que se personaron en el lugar, en un
vano intento por recuperar el aparato y el cuerpo del piloto accidentados. Durante siete interminables días, los servicios de
emergencias trabajaron incansables en busca de los restos sumergidos, pero los
medios de que disponían no eran apropiados y las condiciones de trabajo se
hacían insoportables. Tan sólo pudieron encontrar una falange del dedo del
aviador y un trozo de ala. Finálmente, después de innumerables penalidades, se
abandonó la lucha y se dió por enterrado al joven piloto. Eduardo Laucirica y
su Messerschmitt BF-109 habían desaparecido sin dejar el menor rastro. Era como
si la tierra misma se los hubiera tragado...
Ante la imposibilidad del rescate, la família decidió
comprar una parcela de tierra en el lugar del siniestro y años después erigió
en ella un sencillo monolito de piedra blanca, con una cruz latina encastrada.
Nunca se han aclarado las causas de aquel desdichado
incidente.
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