El Prat de Llobregat fue conocido, durante siglos, como “el pueblo de las fiebres”; nombre genérico que comprendía enfermedades tales como el paludismo, la disentería, el tifus y las hepatitis; provocadas por los mosquitos y el agua no potable. La falta de condiciones higiénicas en el delta del Llobregat, hasta hace muy poco, causó verdaderos estragos a nuestros antepasados, indefensos a merced de un medio hostil e inclemente. Estas son pequeñas historias de aquella gente, marcada por la insalubridad, la pobreza, la incultura, la violencia, el trabajo y el sudor pegado al cuerpo, pero sobre todo, por un amor desmedido hacia esta tierra.

sábado, 9 de febrero de 2013

La ermita de Nuestra Señora de Bellvitge


La ermita románica de Nuestra Señora de Bellvitge forma parte, junto a la parroquia de Santa Eulàlia de Provençana, del patrimonio histórico artístico del término municipal de Hospitalet de Llobregat. Esta pequeña joya del románico se halla ubicada en la barriada obrera de Bellvitge, prácticamente engullida por enormes bloques de pisos. El actual santuario es una reconstrucción de mampostería irregular, llevada a cabo alrededor del año 1717. El edificio consta de una sola nave rectangular, con ábside de planta cuadrada y un pequeño campanario con corona piramidal. La fachada, de perfil barroco, presenta una portalada con dintel trabajado. La casa adyacente que antaño albergaba al ermitaño (donat) que la custodiaba, fue sustituida por un porche durante la restauración llevada a cabo en el año 1959, aunque éste también ha sido eliminado, en la última reconstrucción llevada a cabo.



Cuenta la leyenda

Estando un mozo cuidando de un rebaño de bueyes, observó que uno de los animales que pastaban, permanecía, día tras día, hurgando ansiosamente en el mismo lugar. Intrigado por la actitud del animal, el mozo decidió acercarse y entonces descubrió un enorme resplandor que salía de entre la maleza. Su primera reacción ante hecho tan asombroso fue la de huir y así lo hizo hasta dar con un grupo de campesinos, que tras atender al relato, decidieron acompañarlo, descubriendo una pequeña imagen, toscamente labrada, de la Virgen, que emergía de entre la maleza. Llevaron la imagen a la capilla románica de Santa Eulalia de Provenzana (Hospitalet de Llobregat) y allí la depositaron a la custodia del párroco. Al día siguiente, cuando acudían para adorarla, descubrieron sorprendidos que la talla había desaparecido, sin dejar rastro. Esa misma tarde, el pastor volvió a hallarla. La imagen había regresado al mismo lugar en que la encontraron y así es como, finalmente, decidieron construir en ese mágico lugar una iglesia, hacia el año 1050, aproximadamente. La primitiva imagen de Bellvitge desapareció durante la guerra de los segadores y la que la substituyó corrió igual suerte, durante la invasión francesa del año 1808.




Un poco de historia

La ermita de Bellvitge se encontraba situada en una zona pantanosa, al pie del camino que comunicaba Barcelona con Valencia, en pleno delta del Llobregat. Tuvo su origen en una capilla privada, en la masia de Malvitge, utilizada por los habitantes de esta zona, entre los que se conoce la existencia de Arsenda Benvitge, cuyo apellido hace referencia a la masía. En las diversas prospecciones arqueológicas llevadas a cabo, alrededor de la ermita, se ha encontrado un cementerio medieval y cerámicas que datan de la época de su edificación (siglos X a XI). En el cementerio, que contiene restos humanos, se han localizado 9 tumbas, entre ellas la de un niño. Estaba ubicado junto a una iglesia, en la finca llamada Mas Malvitge.
Primeras referencias
La primera referencia escrita corresponde a un traspaso de propiedad, el 8 de mayo de 1057, en época de Ramón Berenguer I, Conde de Barcelona. El 25 de octubre de 1279, encontramos una donación efectuada a la parroquia de Santa Eulàlia, para la construcción de la ermita de Santa María de Benvitge (no se citaría como Belvitge, hasta 1283). Pero no será hasta el año 1372, en que se menciona concretamente la capilla, con motivo de una licencia otorgada al vicario de Provenzana, para celebrar misa en ella. El 17 de enero de 1493, la ciudad de Barcelona hizo donación a la parroquia, de las piedras necesarias para la construcción de la ermita.
El declive

La naturaleza y el paso del tiempo no respetaron a la pequeña ermita y las continuas inundaciones y riadas del río Llobregat la fueron enterrando, dañando y sumiendo en el olvido. Excavaciones realizadas en la santuario demuestran que el suelo de la capilla ha sido alzado en al menos tres ocasiones. Tampoco hay que olvidar que debido a su aislada ubicación ha sufrido innumerables saqueos a lo largo de su historia. Tras décadas de incertidumbre y abandono, la ermita permaneció cerrada durante 4 años, en estado de ruina, hasta que el año 2003, gracias al empuje de los vecinos se llevó a cabo la rehabilitación definitiva, financiada por el Ayuntamiento de Hospitalet y el Arzobispado de Barcelona, volviéndose a abrir al público, para celebraciones religiosas.
Origen del nombre

Existen al menos dos versiones, que explicarían de una manera fehaciente, el origen del nombre: algunos historiadores opinan que el nombre de Bellvitge deriva de la palabra “bell viatge” (buen viaje). En palabras de don Ramón Piñol, del Instituto Municipal de Historia de Barcelona: “El nombre venía señalado por la invocación hacia esta Virgen, que le dedicaban en un deseo de buen viaje quienes debían emprender rutas hacia caminos llenos de peligros y dificultades.”  No obstante, en los últimos años, ha cobrado fuerza entre los estudiosos la hipótesis de que la palabra deriva del nombre de una mujer, de origen visigodo, lamada Amalvigia. El nombre derivó a Malvitlla (nombre de una masia cercana), y después a Bellvitge.



Fachada barroca de la ermita

La ermita de Bellvitge llevó, durante siglos, una vida paralela a la ermita de Sant Pau, situada en el Prat de Llobregat. Ambas ermitas medievales se encontraban situadas a parecida distancia del río Llobregat, que las separaba y ambas ofrecían análoga construcción y constitución. Únicamente se difieren en su pervivencia, ya que mientras la ermita de Sant Pau fue abandonada en el año 1556, con motivo de la erección de la iglesia parroquial pratense, la ermita de Bellvitge ha sobrevivido hasta nuestros días, gracias, sobre todo, al empeño de un vecindario totalmente entregado.
Durante mucho tiempo esta pequeña iglesia ha sido punto de encuentro y recreo de las personas que habitan el barrio.

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