El Prat de Llobregat fue conocido, durante siglos, como “el pueblo de las fiebres”; nombre genérico que comprendía enfermedades tales como el paludismo, la disentería, el tifus y las hepatitis; provocadas por los mosquitos y el agua no potable. La falta de condiciones higiénicas en el delta del Llobregat, hasta hace muy poco, causó verdaderos estragos a nuestros antepasados, indefensos a merced de un medio hostil e inclemente. Estas son pequeñas historias de aquella gente, marcada por la insalubridad, la pobreza, la incultura, la violencia, el trabajo y el sudor pegado al cuerpo, pero sobre todo, por un amor desmedido hacia esta tierra.

sábado, 16 de febrero de 2013

El crimen del Prat (1/4)


LOS HECHOS
El martes, 28 de abril de 1914, Juan Rivera Campaña (1), de unos treinta y cinco años de edad, llegó a la estación del Prat de Llobregat, procedente de Sants, con destino a una masía cercana. Entre sus útiles, llevaba consigo una linterna sorda (2) y un martillo. La noche era lluviosa y oscura, sin luna. Saltó del tren antes de que este se detuviera, atravesó por entre los topes de un mercancías detenido, y se dirigió a la puerta de salida, donde entregó su billete al portero. Anduvo por caminos de tierra, saltando charcos y resbalando a cada paso, hasta llegar a la masía de can Farrés, donde su madre había servido unos años, cuando él era aún un niño.
Domingo Vallronrat Comas, masovero de la masía, se sorprendió cuando vio llegar a Juan Rivera; eran las nueve de la noche. Pero conocía a aquel hombre desde que era un muchacho y le ofreció su hospitalidad.
- Buenas noches, señor Vallhonrat – saludó el visitante -. Perdone que le moleste, pero estoy buscando a mi madre y me preguntaba si por casualidad no habría estado aquí. Ya sabe usted que con su enfermedad nos preocupa que esté sola.
- No, hijo mío. Lo siento – contestó Domingo-. Hace tiempo que no vemos a tu madre; pero, no te preocupes, seguramente estará bien. Si lo deseas, puedes pasar aquí la noche y mañana continúas la búsqueda.
- Gracias, señor Vallhonrat – respondió Rivera -. Supongo que estará en Sant Climent, en casa de su hermana, pero no estaré tranquilo hasta que la encuentre. Le agradezco su ofrecimiento.
- No hay nada que agradecer, Juan. ¿ Has cenado ? Nosotros ya hemos terminado, pero podemos ofrecerte un plato.
- ¡Muchas gracias, señor Vallhonrat! , pero no tengo apetito.
- Pues te traeré un vaso de leche. No es bueno acostarse con el estómago vacío –ofreció Domingo-.


Masía de can Farrés
La masía de can Farrés está situada en la zona de la Ribera, la más alejada del mar, al oeste de la estación de ferrocarril. Está formada por dos viviendas anexas, con planta baja y piso, en una de cuyas galerías destacan ocho arcos de herradura. En ella vivían el señor Domingo, su esposa, Antonia Vallhonrat; su madre, Carmen Comas Ràfols, y los tres hijos del matrimonio: Teresa, Consuelo y el joven Domingo, de trece años de edad. En la cuadra, dormía el mozo Pedro Escoda y Sabaté.
El matrimonio Vallhonrat ofreció al invitado la cama de Domingo, acomodando a su hijo entre ellos. Las labores del campo y del hogar eran duras y había que madrugar para llevarlas a cabo. La salida y la puesta del sol regían sus vidas.
Entre la una y media y las dos de la madrugada, mientras todos dormían confiados, Juan Rivera, a quien todos conocían como el gandumbas (3), se levantó, encendió la linterna que llevaba, cogió el martillo, y se encaminó al dormitorio del matrimonio. Era un hombre casado, de mediana estatura, con un fino bigote en su rostro, y una lesión en uno de sus brazos que le provocaba una importante incapacidad. La pérdida de su padre, junto a la enfermedad mental de su madre, habían marcado, desde joven, su carácter. Ahora, los problemas económicos, marcarían su destino.
Guiado por la luz que proyectaba la linterna, comenzó a descargar tremendos golpes de martillo sobre el matrimonio y su hijo que, horrorizados, aullaban de dolor. El griterío y los lamentos despertaron a la abuela, a las dos hijas, y al mozo Pedro Escoda que, asustado, encendió una luz en la cuadra, para averiguar qué estaba pasando. Juan Rivera, al verse descubierto, dejó el martillo sobre la cama, abandonó la habitación, cogió una azada del portal, salió a la calle y se dirigió a la cuadra; golpeando repetidas veces al mozo, hasta que la herramienta se rompió, quedando clavada en su cabeza.
Mientras tanto, Antonia Vallhonrat, herida de gravedad, había salido a la era y gritaba pidiendo auxilio. Rivera la persiguió, golpeándola con el mango de la azada hasta que la mujer consiguió entrar de nuevo en la casa, cerrando la puerta tras de sí.


Vista de la cuadra donde dormía el mozo Pedro Escoda y Sabaté. Fotografía publicada en la revista "Mundo Gráfico", de fecha 6-5-1914. Pág. 25
El asesino, en un último intento de controlar la situación y llevar a cabo su cometido, cogió un hacha de la cuadra, se acercó a la puerta, y fingió la voz, haciéndose pasar por un mozo de una masía cercana que venía en su auxilio. Pero el engaño no surtió efecto y la familia Vallhonrat mantuvo la puerta cerrada, a resguardo del criminal. Mientras tanto, los gritos de socorro habían despertado a los vecinos Juan Portillo y José Noguera que acudían en su ayuda, efectuando disparos de aviso. El agresor, al verse acorralado, huyó campo a través, aprovechando la oscuridad de la noche y desapareció sin dejar rastro. Minutos después, llegaron el cabo de somatenes (4), señor Codina, acompañado de un vigilante; los mozos de escuadra, el médico de la población y el juez municipal, atendiendo a los heridos e incoando las primeras diligencias.
Domingo Vallhonrat es trasladado al hospital. Fotografía publicada en la revista "Mundo Gráfico", de fecha 6-5-1914. Pág. 25





NOTAS:
(1). En los medios de comunicación no existe unanimidad acerca del nombre de este personaje. En algunas publicaciones aparece como Juan Rivera Campaña, Juan Rivera Campania, o Juan Rivera Camami. Incluso el primer apellido aparece escrito, indiscriminadamente con “b” o con “v”. Yo he utilizado el que se aportó a partir del juicio, ya que las primeras noticias del suceso eran muy confusas.
(2). Se conocía como linterna sorda a un tipo de farol portátil, provisto de asa y una sola cara de vidrio, que permitía a la persona que lo sujetaba poder ver, sin ser visto.
(3). Se conoce por “gandumbas” a una persona vaga o haragán.
(4). El somatén es una institución catalana de autoprotección, de carácter civil y, por lo tanto, no vinculada con el ejército.

2 comentarios:

  1. Buenas tardes, interesante tema como el del aviador perdido, que podria utilizar, poniendo la referencia de donde lo he sacado, con la dirección de este blog y que podria comprobar, en caso de dar su permiso oportuno, en este blog

    http://magicsthon.blogspot.com.es/

    Podra comprobar que siempre que uso, algo que no es mio, hago la referencia a quien es el autor y donde puede encontrarse. Un saludo

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  2. Incluso podiamos blogearnos y de esa manera que los visitantes de ambos puedan leer ambos blogs

    En pratencs.cat, tengo otro blog que es Cathonys Blaugrana

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