El Prat de Llobregat fue conocido, durante siglos, como “el pueblo de las fiebres”; nombre genérico que comprendía enfermedades tales como el paludismo, la disentería, el tifus y las hepatitis; provocadas por los mosquitos y el agua no potable. La falta de condiciones higiénicas en el delta del Llobregat, hasta hace muy poco, causó verdaderos estragos a nuestros antepasados, indefensos a merced de un medio hostil e inclemente. Estas son pequeñas historias de aquella gente, marcada por la insalubridad, la pobreza, la incultura, la violencia, el trabajo y el sudor pegado al cuerpo, pero sobre todo, por un amor desmedido hacia esta tierra.

sábado, 9 de febrero de 2013

Masias del Delta: cal Tet

 Cal Tet desde la pineda de ca l´Arana

El 23 de abril del año 2003, con motivo de la festividad de Sant Jordi, la asociación Amics d´El Prat presentó un Auca del Patrimoni del Prat de Llobregat, en la que se hacía especial hincapié en la defensa, por parte de las autoridades competentes, de parte del patrimonio arquitectónico y natural que ha llegado hasta nosotros: La Granja de la Ricarda, el edificio del Centre Artesà, la Telegrafia, la pineda y la masia de Can Camins; la chimenea de la Seda, el Molino de arroz de Ca l´Arana, la masia de Can Carlets, o el edificio del Semáforo, en la playa del Prat.
En la actualidad, algunos de ellos se encuentran en período de recuperación o están incluidos en planes de ayuda o protección, por lo que esperamos poder disfrutar de estos bienes en un período no muy lejano. No obstante, aún resta mucho por hacer y, sin duda, el camino será largo y tortuoso.
Intentaré, a través de este humilde blog, dar cuenta de todo este patrimonio y de aquel otro que , por desgracia, no ha llegado hasta nuestros días. Pero, para comenzar, quería hacerlo hablando de algo más cercano a mí, de una masia, concretamente, desaparecida de nuestro territorio el año 2002 con motivo de la afectación del Plan de Infraestructuras del Delta del Llobregat, firmado el año 1994.
La masia de Cal Tet estaba ubicada en la zona de la Bunyola, la más cercana al tramo final del río y muy cercana al mar.
Lamentablemente, desconozco el nombre y las vicisitudes de todas aquellas personas que, durante años habitaron esta pequeña edificación y que, en condiciones infrahumanas, dedicaron su salud y hasta su vida a sacar provecho de estas tierras antaño despiadadas y desagradecidas. No obstante, prometo investigarlo y tratarlo en una próxima entrada, pero esa, será ya otra historia.
Aún recuerdo con nostalgia los paseos por los alrededores de esta finca, ya por entonces abandonada y en estado de ruina (década de los noventa), en busca de una naturaleza siempre reservada y huidiza.
Lo mejor de este paraje era la increíble diversidad de ecosistemas que abarcaba, ya que en un espacio reducido, podías visitar diferentes ambientes naturales: La playa, la desembocadura del río, la laguna y zonas húmedas de la Podrida, la pineda y la laguna de Ca l´Arana, las zonas inundables detrás de Cal Tet o los cultivos de la Bunyola. Era una oportunidad, irremplazable, de poder estudiar la diferente fauna y flora del Delta del Llobregat.
Su situación ventajosa es aún perceptible en la actualidad, ya que el mirador de la laguna de Cal Tet, en los espacios naturales del río, está ubicado, justamente, en el lugar donde se encontraba esta humilde edificación. Como testimonio mudo de este pasado quedan las dos palmeras que se alzan hoy, orgullosas, junto a la cabaña de madera.

Un poco de historia

Cal Tet fue una pequeña construcción de piedra, del siglo XIX. Su tamaño era engañoso, ya que estaba dividida en dos partes iguales, que pertenecían a diferentes propietarios.
Las viviendas constaban de planta baja y piso superior, que mantenían la distribución característica de las masias de esta zona. En los bajos se ubicaban el comedor y la cocina, que incluía un horno de pan y en la planta superior, lejos de la humedad que todo lo impregnaba, se escondían las habitaciones.
Como todas las masias del delta, estaba orientada hacia el mar, para aprovechar el sol de todo el día. Extraían el agua de un pozo artesiano y en uno de sus extremos, se levantaba un lavadero común.
La finca contaba con unas diez mujadas de tierra (49.000 m2, aprox.). Delante tenía árboles frutales y dos grandes palmeras, que aún hoy se conservan, dando testimonio de su emplazamiento.
Fueron masoveros de Cal Tet la familia de Jaume Fabró i Raurich i Carmen Canillo i Costafreda y sus hijos, Jaume, Joana, Joan y Nuri.

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